Nuestra Historia

 

Siglo XVII. Durango (alrededores de Nueva Vizcaya).

A la virreina María Luisa de Toledo no le interesaban las prácticas cortesanas tradicionales, como visitar monasterios o conventos.

Lo que le nutría el alma eran las escapadas al mercado del pueblo, donde tenía oportunidad de adentrarse a la cotidianeidad de los campesinos, con quienes conversaba, reía, compartía alimentos y reflexionaba sobre la vida. Acudía sola, sin damas de compañía. Las visitas al mercado las realizaba durante los meses de verano que pasaba en su casa de campo.

Fue en el mercado donde conoció a Miguel, un campesino quien, por tradición familiar, destilaba mezcal en su rancho. En aquella época, el mezcal era una bebida “del pueblo”. Como no era bien vista por la nobleza, la clase popular solo podía beber el mezcal a escondidas.

Una tarde de verano, Miguel le da a probar mezcal a María Luisa, con quien había entablado una entrañable amistad. María Luisa quedó encantada.

Al día siguiente, María Luisa regresó al mercado y le entregó a Miguel, como agradecimiento, un bolso de cerezas que recogió de la huerta de su casa de campo.

Las cerezas eran un fruto valioso. Era la primera vez que Miguel probaba estos frutos rojos. De la misma forma que María Luisa respondió tras dar el primer sorbo de mezcal, Miguel quedó enamorado del sabor de las cerezas.

Entonces Miguel tuvo una idea que ni él ni María Luisa pudieron ignorar: como símbolo de su lazo de amistad, crearían una mezcla de ambos regalos, el mezcal y las cerezas. ¿Su objetivo? Crear un mezcal de frutos rojos que rompa los obstáculos entre las clases sociales y sea compartido entre más personas.

La fusión entre estos dos obsequios simboliza el vínculo entre las personas, que no conocen de razas ni clases sociales.

De esta mezcla nace nuestro Mezcal Herencia Noble.